Akira Toriyama, el creador del mítico manga Dragon Ball e indirectamente culpable de ese mundo de caótica fantasía que puebla mi mente, publicó a los 23 años sus primeras páginas en la prestigiosa revista Shonen Jump. Hasta entonces tenía un aburrido trabajo de oficinista que acabó cambiando por otro igual de estresante pero mucho más gratificante: ser el mangaka más reconocido del mundo.
Por alguna extraña razón, cuando yo cumplí esa misma edad pensé que algo de esto también me podía pasar a mi, aunque fuera a pequeñísima escala. Ahora cumplo los 24. ¡Qué diablos, Toriyama ya me llevaba como mínimo un año de ventaja! Y podría quejarme mucho de lo mala suerte que he tenido, de que no soy lo suficientemente bueno y tal, pero eso sería en el caso de haber hecho algo, porque en realidad ni siquiera lo he intentado. Por mucho que nos moleste reconocerlo, suele ser cierto eso de que tenemos lo que nos merecemos. Me gustaría decir que a partir de ahora todo va a cambiar, que me voy a levatar por las mañanas con ganas de hacer cosas y que voy a sacar adelante algunos proyectos, pero cuando no es una cosa es otra y al final todo se queda en nada. El mundo está lleno de buenas intenciones que luego se quedan sólo en eso.
Y si me estoy equivocando, que venga mi yo de los 25 años a darme dos bofetadas y que me demuestre lo que he sido capaz de hacer. Por lo pronto ya he firmado un atípico trato con Ricochi para no dormirme en los laureles. A ver qué pasa.